No es novedad que la comprensión lectora de nuestros niños y niñas se está viendo algo “desafiada”. Los escépticos pueden corroborar esto dándose una vuelta por estudios como los de Fundación Familias Power, etc, que no detallaré aquí, pero digamos que no son muy auspiciosos en el tema.
Tengo la sensación de que relevar el problema trae mucha angustia colectiva, pronósticos catastróficos, batallas de culpas y, en plan frenético, más reforzamiento para los niños.
¿Dije reforzamiento o forzamiento? … Sea lo que sea, lo que se observa en el sistema educativo son infinidad de fórmulas para “fortalecer” el ejercicio lecto-escritor. La más importante, -calculo que porque provee mayor sensación de control-, es medir constantemente la fluidez y comprensión a través de pruebas que evalúan la capacidad -cito a un profesor amigo- “para leer textos sobre temas que no me interesan, en un momento en que no quiero”, matando lentamente la pasión por las letras. Dicho en mis palabras, en las evaluaciones se espera que los niños hagan la tarea sobre textos con temas ajenos, descontextualizados y, perdónenme que lo diga, con bastante falta de humor o intriga, sobre todo pensando en la edad del lector (y aunque fuese adulto, sostendría mi argumento).
Por más que las pruebas estandarizadas vienen con la advertencia de no encasillar al niño por su resultado, he visto repetidamente cómo se usan para etiquetar, e incluso, derivar la culpa a los padres que no leen a sus hijos. Padres acusados de desidia y falta de tiempo, aunque la mayoría de las veces apostaría que simplemente evitan verse expuestos a leer mal ante sus hijos.
De las evaluaciones se desprenden un sinfín de acciones post asociadas a leer textos impuestos y/o sin sentido, generando en los niños ansiedad y, por ende, rechazo ante las letras. Suena fatal y, créanme, lo es.
Sin duda, la práctica es fundamental para ser competentes en una habilidad, pero antes de practicar, ¿acaso no es necesario sentir el deseo, descubrir una pasión, ser un espectador cautivado? Entonces me pregunto: ¿qué identifica a las personas que tienen una relación amorosa con la lectura? ¿Es gracias a los libros que dan a leer obligatoriamente en el colegio? ¿O a las preguntas de comprensión lectora que se trabajan en los libros escolares?
… Me perdonarán si pongo en duda que el amor por la lectura tenga su origen ahí. Irene Vallejo -autora de un maravilloso libro sobre la invención de los libros- cuenta que su amor por la lectura tiene su origen en que su madre le leía todas las noches. No sé a ustedes, pero a mí me parece bastante obvio. Comparto esa sensación de placer infinito cuando un otro te lee con buen ritmo y entonación. Tal vez porque lo viví, hoy leerles a los niños es uno de mis grandes disfrutes y, como madre y directora de un colegio, aprovecho la oportunidad para hacerlo lo que más pueda ¡Y qué caras de placer veo! ¡Qué nivel de atención, de concentración y de curiosidad! Además, es una llave maestra para abrir miles de temas, interrogantes y mundos diversos, y una cadencia que nos lleva a incorporar la puntuación de manera natural.
Se me hace evidente que esta práctica tiene que sostenerse hasta siempre en el colegio, y especialmente fortalecerse en las edades donde están desarrollando la fluidez y robusteciendo la comprensión. Dedicar de 20 a 40 minutos diarios a leer en voz alta a los niños, sobre temas que ellos disfruten y que a la vez desafían su nivel intelectual, marca grandes diferencias. Esto sucede en algunas familias. Pues bien, ya que no todos pueden, sumaría la invitación a los docentes a darle a la lectura en voz alta el espacio que merece, y a transfórmalo en un momento mágico: un círculo en el suelo, una vela de por medio y ruido blanco para favorecer la concentración de los oyentes. No olvidemos que previo al amor es necesaria la seducción.